El evangelio según San Juan empieza con una declaración asombrosa que describe el origen del universo y nos da una descripción de Jesucristo: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1-3).

En la eternidad pasada, antes que nada fuera creado, el Verbo ya existía. El apóstol Juan utiliza una palabra conocida para sus lectores (logos) para describir la personalidad de Dios y su habilidad para comunicarse con su creación a través de su palabra. Este Verbo es Dios mismo; el eterno Creador del universo. Para los judíos, la expresión “la palabra de Dios” denotaba la personalidad divina y para los griegos implicaba la mente racional que gobernaba el universo. Por lo tanto, Juan deja en claro que el verbo es la fuente de todo el mundo material.

Así como Génesis 1:1 empieza con la declaración “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”, Juan inicia con la declaración que en el principio el Verbo de Dios creó todo lo que existe. La Biblia también afirma que el Espíritu Santo participó en la creación (Gen. 1:2; Sal. 104:30), por lo que el eterno Dios trino es el creador del mundo.

Sin embargo, Juan hace una aseveración aún más sorprendente que la primera; una declaración que cambiaría totalmente el rumbo de la humanidad. El versículo 14 afirma que “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” El Dios creador se hizo hombre y habitó entre nosotros. ¿Puede imaginarse la magnitud de esta afirmación? El Hijo de Dios decidió vivir con nosotros.

La celebración de la navidad es el milagro de la encarnación. El niño que nació en Belén hace dos mil años es Dios hecho hombre. El Verbo de Dios, lleno de gracia y verdad, nació para darnos a conocer plenamente al Padre (v. 18). El nacimiento de Jesús son las buenas nuevas que Dios está con nosotros.

El Verbo de Dios, el Mesías o Cristo prometido vino para darnos la posibilidad de ser sus hijos (v. 12). Todos tenemos el derecho de ser hijos de Dios solamente por creer en su nombre. La navidad celebra el nacimiento de Jesús pero también nos recuerda que a través de su nacimiento nosotros podemos ser llamados hijos de Dios. ¡Tan grande es este milagro que el nacimiento de Jesús ha cambiado al mundo para siempre!

Ante la magnitud de la encarnación del Verbo de Dios, es lamentable que en muchas ocasiones la navidad se centre en tantas cuestiones secundarias. El verdadero “espíritu navideño” no se consigue con árboles, tradiciones familiares, decoraciones o regalos sino con la profunda verdad que el Dios del universo está cercano a nosotros. Dios se hizo hombre para darnos la posibilidad de ser sus hijos. Esta realidad es para celebrarse todos los días, a cada instante, en todas las circunstancias. ¡Feliz Navidad!